¿POR QUÉ LOS MAESTROS RECOMIENDAN A SUS DISCÍPULOS QUE ABANDONEN TODAS LAS COSAS Y SE APARTEN DE LO CONDICIONADO?
Despedimos este mes dedicado al polifacético maestro Musô Soseki, con este texto en el que se menciona una de las artes que nos dejó como legado. Nos referimos a los jardines zen de paisaje seco diseñados para la meditación, la realización personal y la contemplación respetuosa que toca lo espiritual.
Pregunta:
Si en realidad no hay ninguna distinción entre asuntos cotidianos y meditación, ¿por qué tanto los maestros del Sutra como los del Zen recomiendan a sus discípulos que abandonen todas las cosas y se aparten de lo condicionado?
Respuesta:
“Desde los tiempo antiguos hasta hoy, ha habido muchas personas a las que les gusta hacer colinas, levantar piedras, plantar árboles y construir arroyos; si bien todos dan la impresión de tener el mismo gusto por el arte de la jardinería, la actitud que les motiva es muy diferente según los casos. Algunos practican la jardinería por inclinaciones estéticas o por puro esnobismo, sin interesarles en lo más mínimo la influencia que pudiese tener el arte sobre el fondo de sus corazones; la finalidad que les motiva es suscitar la admiración y el reconocimiento de los demás. Hay otros que se jactan de su deseo de riquezas y añaden jardines exuberantes a su colección de tesoros raros; eligen piedras con formas extraordinarias y árboles exóticos con el único fin de conservarlos para su propio deleite, pero en realidad, esta clase de individuos carece de la menor sensibilidad para captar el espíritu de los jardines y lo único que conseguirán será quedar atrapados por sus deseos mundanos […]
Algunos, de naturaleza simple, no gustan de las cosas ordinarias y elevan su espíritu mediante la recitación de poemas ante fuentes y rocas; a esta clase de personas se les podría aplicar la frase: «enfermos crónicos por las brumas vaporosas y afectados incurables por fuentes y rocas». Aunque se les pudiese considerar como «individuos con elevado gusto mundano», su amor por la jardinería carece del espíritu de la Vía y todavía permanecen ligados al mundo de la transmigración.
Hay otros que se consuelan de sus desgracias con la contemplación de las montañas y los ríos y llegan incluso a iluminar sus mentes con ello; se trata de hombres dignos del mayor respeto, con un amor por la naturaleza muy superior al de los seres ordinarios, sin embargo, tampoco están conectados con la verdadera Vía porque aún establecen una distinción entre Naturaleza y práctica del Dharma.
Por último, hay otras personas que consideran las montañas, ríos, tierra, hierbas, árboles, rocas y guijarros como su “Mente Fundamental”; aunque dé la impresión de tratarse de un sentimiento mundano, en realidad están manifestando su identidad con el espíritu de la Vía, meditando sobre los cambios estacionales que experimentan las fuentes, rocas, hierbas y árboles. Esta es la auténtica manera de amar a la naturaleza propia de los hombres del Dharma. Por consiguiente, no se podría afirmar categóricamente que el hecho de preferir las montañas y los ríos sea algo negativo o positivo en sí. En la Naturaleza no hay pérdidas ni ganancias, éstas sólo existen en la mente de los seres humanos.”
* Fuente: “Diálogos en el sueño” Enseñanzas del maestro zen Musô Soseki. Miraguano Ediciones 2019 pág. 174-175
Comentario:
Dice Muso Soseki que “Las enseñanzas del Dharma con las que los maestros tratan de ayudar a los practicantes no tienen ningún aspecto definido” y es precisamente ese aspecto no definido carente de simetría, lo que nos transporta a la contemplación de un karesansui o jardín de paisaje seco.
Como buen ishidate-so, término con el que se llamaban a los monjes zen capaces de transmitir lo esencial del budismo zen con el arte de crear un jardín; Musô fue capaz de llevar a las más abstractas formas, los sencillos elementos que conforman los jardines de paisaje secos. Sus desnudas formas elaboradas con unos pocos elementos articulados con gran fuerza expresiva nos recuerdan el minimalismo de otras técnicas zen familiares como los koans o los haikus. Esa sencillez, unida a su fuerza expresiva hacen que percibamos los aroma del zen nada más contemplarlos.
La estructura de los karesansui nos sugiere montañas y agua, utilizando solo piedras y en ocasiones plantas de porte bajo con los que crear escenas naturales. El elemento que más presencia tiene es la arena o grava, representando las ondas o el fluir del agua misma. Su orientación siempre en dirección Este, con la mirada hacia la salida del sol.
A través de ellos, se intenta reflejar que la realidad no debe ser entendida desde el pensamiento, sino desde lo que se ha dado en llamar la “intuición pura”, y desde esa especial mirada que Musô nos muestra, algunos han podido llegar a experimentar el Satori.
Hace apenas unas semanas se ha inaugurado en el “Real Jardín Botánico de Madrid” un karesansui realizado con ceniza negra de los ríos de fuego que todos vimos nacer del interior del volcán de la hermana isla de La Palma. A través de esta obra de arte, el arquitecto y paisajista japonés Hiroya Tanakanos recibe el testigo de la mano de Musô Soseki.
Ambos tan lejanos y a la vez cercanos en el espacio y el tiempo.