EL CHOQUE SECO DE UNA PIEDRA CONTRA EL BAMBÚ
(Foto de JV Gardens: https://www.pexels.com)
Tras muchos años de inútil esfuerzo para alcanzar la iluminación, Hsiang Yen llegó a la conclusión de que no formaba parte de su destino penetrar en esta vida en el secreto de la Realidad y que, por tanto, más le valía consagrarse a cualquier obra meritoria.
Decidió hacerse guardián de la tumba de un célebre maestro, se construyó una cabaña cubierta de paja y se dedicó a vivir lejos del mundo. Un día, mientras barría el suelo, una piedrecilla se estrelló con ruido seco contra un bambú. Bruscamente, de modo absolutamente inesperado, el sonido de la piedra contra el bambú despertó en su espíritu algo de lo que jamás había tenido la menor idea. Era la “rotura” en cuestión. Y a ella siguió la iluminación.
El despertar llegó como experiencia de su propio ser y el conjunto del mundo objetivo que desaparecía en un estado de indiferenciación.
Hsiang Yen compuso entonces el célebre gâthâ:
¡El choque seco de una piedra contra el bambú!
Y todo cuanto había aprendido fue olvidado en un instante.
Ya no era necesario ni ejercicio ni disciplina.
En cada acto, en cada movimiento de la vida cotidiana manifestó la Vía eterna. Jamás caeré de nuevo en una trampa escondida.
Por allá donde camine, jamás dejaré mi huella tras de mí.
Muchos otros alcanzaron esa especie de Despertar por el efecto de una percepción sensorial insignificante -o, al menos, insignificante a los ojos de los profanos-: El grito de un ave, el tañido de una campana, la voz humana, la visión de una flor abierta. Cuando el espíritu se encuentra espiritualmente maduro, todo puede servir de chispa y desatar de modo imprevisible la explosión de las energías interiores. Se dice que el Budha experimentó el despertar observando la estrella matutina.
Toshihiko Izutsu, El Kôan Zen, Ed.Eyras, Madrid (1980), p. 117.