Meditar es una cita de amor
Meditar es, para mí, una invitación a acercarnos a nuestro mundo interno con amor. Ni más ni menos. Con amor y por amor. Como nos acercaríamos a cualquier ser humano que apreciáramos mucho y al que quisiéramos ofrecer nuestra presencia y compañía sin condiciones. Tanto en momentos de sufrimiento como de goce, o incluso cuando todo nos parece neutro, hay una vida en nuestra interioridad que espera ser atendida, honrada y plenamente experimentada. Estas citas con nuestra vida pueden darse en espacios y tiempos expresamente dedicados a estos encuentros (lo que llamaríamos meditación formal), como en cualquier momento del día. De hecho, extender este contacto a cada área de nuestra cotidianeidad es, en realidad, el fin primordial de la meditación. Y es una oportunidad siempre disponible. Detenernos un instante y observar, experimentar, soltar…
DORA GIL. Fragmento del libro DEL HACER AL SER. Editorial Sirio.
COMENTARIO
Este texto puede suscitarnos una reflexión sobre al menos dos aspectos; nuestra actitud a la hora de realizar la práctica de zazen y, por otra parte, sobre la incorporación del silencio y la quietud en nuestra vida.
¿Con qué actitud me acerco a mi banquito con el que hago zazen? ¿Cuándo me detengo y me silencio en mi vida?
Nuestra práctica puede convertirse, en algunos momentos, en un acto rutinario que mantenemos con la esperanza, más o menos soterrada, de poder mejorar algo de nosotros mismos o de la propia vida. O quizás nuestro zazen queda convertido, durante algún tiempo, en una tarea mecánica con la que reforzamos nuestra identidad, ratificándonos como personas comprometidas o con alguna otra idea de nosotros mismos.
Sin embargo, la autora del texto nos invita a contemplar nuestra práctica como una cita, como un cita con el presente, acercándonos a lo que acontece de manera respetuosa, sin el diálogo interno que enjuicia aquello que sucede y se vive.
Nuestra práctica es una oportunidad para tomar refugio en el silencio, silencio de nuestras propias opiniones, y sin ese ruido, atender, honrar y experimentar lo que en ese momento sucede.
Los zendos en los que nos encontramos con los compañeros y compañeras del camino, son un lugar especialmente cuidado para el encuentro, pero es también y ante todo un encuentro íntimo con nosotros mismos y con la vida que vivimos en ese instante. Estas citas con la vida, tal como las llama la autora, surgen en otros muchos lugares y momentos, concretamente en aquellos en los que acallamos la voz interna que nos anima a aceptar o a rechazar lo que contemplamos. Y en ese silencio, el presente se convierte en una inesperada e íntima cita de amor y respeto con lo que somos.