CAMINAR: UNA EXPERIENCIA CORPORAL, UNA EXPERIENCIA DE VIDA
Caminar es una experiencia sensorial total que no escapa a ninguno de los sentidos.
Como todas las empresas humanas, caminar es una actividad corporal, pero implica más que ninguna otra la respiración, el cansancio, la voluntad, el coraje ante la dureza de la ruta o la incertidumbre de la llegada, los momentos de hambre o de sed cuando no se encuentra ninguna fuente al alcance de los labios, ningún albergue para aliviar al viajero de la fatiga de la jornada. Participa así de las pulsaciones del mundo: toca las piedras o la tierra del camino, palpa con las manos la corteza de los árboles o las sumerge en los arroyos, se baña en los estanques o en los lagos, se deja penetrar por los olores a tierra mojada, a tilo, a madreselva, a resina, el aroma de las flores que impregna el aire en capas. Escucha el canto de los pájaros, el temblor de los bosques, los ruidos de la tormenta o los gritos de los niños en los pueblos, la estridencia de las cigarras o el crepitar de las piñas bajo el sol. Experimenta las magulladuras o la serenidad de la ruta, la felicidad o la angustia de la llegada de la noche, las heridas provocadas por una caída. La lluvia empapa su ropa, humedece sus provisiones, enfanga el sendero; el frío aminora su avance y lo fuerza a la preparación de una hoguera para calentarse.
David Le Breton, Elogio del caminar. Biblioteca de Ensayo. Ciruela, 2021
COMENTARIO
Vivir en la presencia: ir sin expectativas ni deseos
No desear nada. Vivir en esta pura presencia del caminar. Ascender y pisar con firmeza, ralentizar el paso.
Sé valiente. Ten ánimo
Hay una arboleda de olmos y álamos. La visión del movimiento de las copas y las ramas y el sonido del viento al pasar por ellas es evocador. Transporta a un momento muy lejano en el tiempo, tal vez a la adolescencia… y aún hasta la primera infancia. Sólo hay esta brisa, este sol, sólo árboles en este mundo existencial.
El sol calienta dulcemente el cuerpo aturdido por el cansancio. Solo se escucha ese rumor del viento que se cuela por entre los ramajes. Al elevar la vista se ve la silueta del viejo chopo, cuya sombra es un resguardo. Ramas que se mecen continuamente, una y otra vez, el viento las agita con fuerza. Detrás de ellas está el inmenso azul del cielo. El árbol te saluda, se inclina ante ti. Te mueves entre sus ramas, eres la brisa y eres el viento. Ensimismamiento por tanta ofrenda, por tanta unidad.
Quieres hacer votos, votos por la paz en el mundo, votos por la armonía del universo. Paz.
Para venir a gustarlo todo, no has de tener gusto en nada
La paz del camino, la paz de los caminantes que confían y se entregan a una única tarea: paso a paso, paso tras paso hasta culminar la etapa de cada día. Solo este paso, solo este día.
El regreso a la vida cotidiana se aproxima. En el zen la vida cotidiana es la Gran Vida: en lo ordinario se encuentra lo profundo de lo extraordinario.
No ir con prisas. No hay prisa. Cavar en la propia roca para encontrar en ella lo esencial de la vida. Y confiar.
Vivir en la pura presencia: ir sin expectativas ni deseos.