23/04/23

CAMINAR SOLO O ACOMPAÑADO

La ruta en solitario es una búsqueda de la contemplación, del abandono, algo que se rompería con la presencia del acompañante obligando al habla y al deber de comunicar. El silencio es el fondo del que debe nutrirse quien camina a solas. Una caminata hay que emprenderla en soledad porque la libertad es esencial: uno debería poder parar y seguir, recorrer un camino u otro, dejándose llevar por su anhelo siguiendo el propio paso, ni apretarlo junto al de otra persona ni dejarlo languidecer como cuando se está paseando. Ir abierto a todas las impresiones, dejarse empapar por lo que se ve. Caminar a solas permite una cierta intimidad con la naturaleza.  Muchos encuentran en viajar y caminar solos una forma de encuentro profundo: al aire libre la naturaleza puede ser compañía suficiente.

Caminar es también una travesía por el silencio y un disfrute del sonido ambiental. El caminante se encuentra a la escucha del mundo: “Mi corazón se estremece con el ruido del viento en los árboles. Yo, cuya vida estaba ayer tan falta de cohesión, descubro de repente mi fuerza y mi espiritualidad a través de estos ruidos”, indicaba Henry Thoreau en sus Diarios.

Algunos sonidos se infiltran en el silencio sin alcanzar a perturbarlo. El silencio es una modalidad del sentido, un sentimiento que atrapa. En algunos parajes el murmullo del mundo es incesante variando solo ligeramente con las horas, los días o las estaciones y se tiene también en ellos el sentimiento de una cercanía del silencio: una fuente que se abre paso entre las piedras, el canto de una lechuza, el salto de una carpa sobre la superficie de un lago, la campana de una iglesia al caer la tarde, el crujir de la nieve bajo nuestro pasos, el crepitar de una piña bajo el sol, todos dan cierto volumen al silencio. Y estas tenues manifestaciones acentúan el sentimiento de paz que emana del lugar: son creaciones del silencio, no por defecto, sino porque el espectáculo del mundo no está mediatizado por ruido alguno “Parecería que para comprender bien el silencio, nuestra alma necesita ver algo que se calle”, afirmaba Bachelard en El agua y lo sueños (1978).

 David Le Breton, Elogio del caminar. Biblioteca de Ensayo. Ciruela, 2021

 

COMENTARIO

A cada paso encuentro mi destino

Amanece y ya se está cruzando el parque enfilando el puente que atraviesa el río: aguas puras y cristalinas en eterno fluir.

El agua está siempre aproximándose al camino: aguas de acequias, aguas de corrientes que cruzan los pueblos, laguillos que bordean los campos. Un discurrir de corrientes de agua pura como una música callada que te habla sin palabras.

La ciudad ha quedado atrás. Los pasos y los sonidos de los bastones acompañan las primeras horas. Hoy hay un silencio extremo, espeso.  Un silencio inabordable. Un rumor atemporal del río. Un rumor de los árboles ¿cómo será el rumor de la eternidad? El camino nos convoca a alcanzar lugares desconocidos.

Peregrino ¿quién te llama? ¿Qué fuerza oculta te atrae?

Ves tu vida pasar como una ráfaga, en un instante, en un ínfimo espacio del camino: aparece el resplandor de todas las luces y la inmensidad de todas las sombras. Todo ahí: en un solo paso después del anterior. Contemplas el río de orgullo que te impide expresar el amor.

Busca mi rostro; tu rostro buscaré. 

Y cientos y miles de pasos. Los pies heridos, los hombros doloridos, las caderas se van a desplomar, las rodillas parecen desmoronarse.  Cuánto hay que caminar, cuántos pasos hay que dar hasta perder los deseos, el ansia, la espera… hasta entrar en un profundo cansancio. Es un cansancio que amortigua todos los dolores, todas las tristezas. El sol te aplana, te adhiere a la tierra. Y solo una cosa, una única cosa: dar un paso más.

A cada paso encuentro mi destino