NI PINCEL DE PINTOR NI PLUMA DE POETA PUEDEN COPIAR LAS MARAVILLAS DE LA DIVINIDAD QUE CREA Y ARMONIZA EL UNIVERSO
“Ya es un lugar común decirlo: el paisaje de Matsushima es el más hermoso del Japón (…). El mar, desde el sureste, entra en una bahía de aproximadamente tres ri, desbordante como el río Sekkoh de China. Es imposible contar el número de las islas: una se levanta como un índice que señala al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas; aquélla parece desbordarse en otra; la de más allá se vuelve triple; algunas, vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vistas del lado contrario se multiplican. Hay unas que parecen llevar un niño a la espalda; otras como si lo llevaran en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo. El verde de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce sin cesar sus ramas de modo que sus líneas curvas parecen obra de un jardinero. La escena tiene la fascinación distante de un rostro hermoso. Dicen que este paisaje fue creado en la época de los dioses impetuosos, las divinidades de las montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de poeta pueden copiar las maravillas de la divinidad que crea y armoniza el universo”.
Matsúo Basho, fragmento de Sendas de Oku. Editorial Atalanta
Al adentrarse en dirección a la región de Oku (norte de Japón) Matsúo Bashõ llega a experimentar lugares cada vez más maravillosos como los legendarios paisajes costeros de Matsushima y Kisagata. A medida que avanza hacia el interior no sólo aprecia la belleza de la naturaleza, sino que experimenta la transitoriedad del ser humano.
Terco esplendor
frente a la lluvia erguido,
templo de luz
Este otro haiku lo escribe en su alojamiento en invierno en uno de los templos dependientes de Minamidani:
¡Qué cortesía!
hasta la nieve es fragante
en Minamidani
Y, próxima ya la culminación de su peregrinaje, en una celebración de despedida con algunos íntimos en la playa de Iro, escribe: “El triste atardecer penetró en nuestros corazones”.
Ya en el tramo final de su viaje, de vuelta de Oku, Bashõ aligera el paso, se ha despedido de su amigo Sora: “Nos separaba la distancia de unas horas, pero me pareció que entre nosotros había ya más de mil ri…”. El encanto de su peregrinar se rompe cuando vuelve a encontrarse con algunos viejos amigos y conocidos. Sube a bordo de un barco (que significa su vuelta al mundo ordinario) y acaba su relato con un poema en el que expresa la pena que le provoca “estar de vuelta”:
De la almeja
se separan las valvas;
hacia Futami voy
con el otoño
El peregrinar facilita el contacto con el sentido de trascendencia, de eternidad: sin principio ni fin, sin objetivo ni pretensión. Caminar por caminar y contemplar lo desconocido: la iluminación de la naturaleza y el todo que nos envuelve.