CAMINAR ES UNA APERTURA AL MUNDO
Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos no nos exime de nuestra propia responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
Al principio del viaje hay un sueño, un proyecto, una intención; unos nombres que excitan la imaginación; una llamada al camino, al bosque, al desierto; la intención de evadirse de lo ordinario para una escapada de unas cuantas horas o de unos cuantos años.
El primer paso, el único que cuenta, no resulta siempre fácil: nos arranca de la tranquilidad de la vida cotidiana por un tiempo más o menos largo y nos libra de los avatares del camino, del clima, de los encuentros, de un horario. Los amigos y familiares se alejan al ritmo de los pasos del caminante. El trabajo se pone en suspenso y, con él, todas las actividades rutinarias, las responsabilidades del día a día, los imperativos de la apariencia o de la disponibilidad para los otros. El caminante disfruta de ese precipitarse en el anonimato, de ese no estar para nadie, excepto para sus compañeros de ruta o los encuentros que surgen por el camino. Dar el primer paso es sinónimo de cambiar la existencia por un tiempo más o menos largo.
Y siempre la mochila cargada a la espalda, incluso cuando, con el paso del tiempo, la experiencia nos fuerza a desembarazarnos de lo superfluo. La evaluación de los objetos necesarios exige de una alquimia delicada. El equipaje desvela a la persona, desdoblándola en una forma material que permite adivinar qué cosas son esenciales y de qué no podría prescindir ni siquiera un solo día.
El entusiasmo de los primeros días pronto se reduce a unas proporciones más adecuadas, una vez terminadas esas aceleraciones repentinas…. habrá que caminar horas o días, o semanas, hasta aprender por fin a andar derecho y a un ritmo regular.
Desde el momento en que se carga la mochila y se pisan los primeros guijarros del camino, el caminante se instala en un tiempo ralentizado a la medida del cuerpo y del deseo.
David Le Breton, Elogio del caminar. Biblioteca de Ensayo. Ciruela, 2021
COMENTARIO
Camino y contemplación
Escuchar el sonido del viento entre los árboles, el furor de los cañaverales, los graznidos de aves desconocidas, el canto lejano de las gallinas a las tres de la tarde, los ladridos insistentes de los perros que reclaman.
Quién era yo antes de que mis padres nacieran?
Al camino venimos y nos confrontamos con nuestra propia vida, con nuestro propio ser: paso tras paso.
No intervenir. Interferir lo menos posible en esa escucha: entra en el agua sin agitar su movimiento. Solo pasos, solo ahora, este momento. Solo este paisaje, solo estas nubes de hoy por la mañana.
Deja que los pensamientos se aflojen: van y vienen. Dejar atrás los diálogos, las conversaciones. Ir sin música, sin entretenimientos: en el más puro escuchar mientras el cuerpo avanza en su doble movimiento: izquierda, derecha, izquierda, derecha. Paso tras paso.
Quién era yo antes de que mis padres nacieran?
Al camino venimos a contemplar la robustez de los árboles, las distintas tonalidades del verde, las flores sencillas que crecen en los bordes (flores del camino), los cultivos, las alpacas de paja amontonadas en la planicie.
Tanto que ofrecer. Todo por nada. Una entrega integral. Buen camino!