Somos presencia plena
Queridos compañeros, queridas compañeras: hemos escuchado tantas veces, “somos presencia plena” y nos hacemos la pregunta ¿A que se debe que vivamos con tanta frecuencia alejados de esto mismo que nos constituye, “la plena presencia”?
La respuesta parece sencilla: tal ignorancia radical es consecuencia directa de la identificación con la mente. Al reducirnos a ella, dejamos de verla como una herramienta a nuestro servicio para confundirla con nuestra identidad. A partir de ahí, entramos en una especie de hipnosis: no sólo percibimos la realidad reduciéndola a la estrecha perspectiva mental, sino que nosotros mismos nos definimos como un objeto más – otro ente separado – dentro de la infinidad de objetos que la propia mente delimita. A partir de ahí, la educación, la cultura y la sociedad no harán sino confirmarnos en aquella creencia, con lo que se fortalecerá, hasta el extremo de la identificación con el yo (mental).
COMENTARIO
Por más que la identificación haya alcanzado niveles extremos, es probable que, en determinadas ocasiones, escuchemos en nuestro interior la voz del anhelo que nos llama a casa. Quizás en medio de una crisis o tal vez en una experiencia de plenitud, alcancemos a oír el eco de la añoranza de Eso que realmente somos… Y que habíamos olvidado o proyectado fuera de nosotros en un mundo ideal, montado también por nuestra mente.
Es la voz del anhelo la que nos invita a dar muerte a la vieja identidad, haciendo posible que emerja la nueva. Pero eso no se hará sin resistencias. El yo se aferrará a su “existencia” y a sus mecanismos habituales, en los que había creído sostenerse, creando un mundo de múltiples y sutiles apegos y consolidando un estilo de funcionamiento en base a ese mismo apego. Las resistencias suelen ser tan fuertes que, en ocasiones, la experiencia nos dice que únicamente se superan cuando la persona experimenta, con mucho dolor, las frustraciones, el “fracaso” o incluso la ruptura estrepitosa de aquellos mecanismos tras los que había intentado acorazarse o, simplemente, protegerse.
Para no “romperse” en el dolor, pudiera ser necesario todo un trabajo psicológico, paralelamente a este trabajo, se requerirá callar la mente y tomar distancia del yo. Un modo práctico de hacerlo consiste en observarlo. En efecto, el yo observado, no solo deja de atraparnos, sino que empieza a manifestarse como lo que es, un simple “objeto” dentro del campo de la consciencia, pero no nuestra identidad última. Entonces, podremos alcanzar a saborear la plenitud.