DOS INACEPTABLES
“La práctica budista puede transformar a una persona, pero no elimina fácilmente creencias profundamente arraigadas: el budismo no cura a las personas de su cultura, a veces, la retórica budista revela más una agenda cultural que espiritual. (…)
En la antigua India se esperaba que las mujeres dependieran primero de un padre, luego de un marido y finalmente de un hijo. Se pensaba que eran como niños con libidos feroces y por esta razón se las controlaba cuidadosamente. ¿Es de extrañar que las monjas budistas también lo fueran? (…)
Para que estas disparidades continúen ahora tiene que significar una de dos cosas: o a las mujeres se les niega el mismo acceso a la formación y a la autoridad que a los hombres, o las mujeres no son tan capaces de comprender el Dharma como los hombres. Cualquiera de las dos posibilidades es inaceptable para mí y creo, también para el Dharma. El trato desigual está tan claramente en desacuerdo con los principios budistas básicos que al principio me resultó difícil entender cómo pudo esto convertirse en una norma. Una creencia fundamental del budismo es que los atributos del yo carecen de esencia: todo lo que hace de una persona un individuo único cambia continuamente y eventualmente se disuelve. Cada uno de nosotros nos estamos convirtiendo en algo nuevo, dejando de ser lo que éramos todo el tiempo, y aquellas cosas que tendemos a considerar como “yo” son impermanentes y fugaces. En nuestra primera lección como budistas se nos enseña que aferrarnos a algo como permanente es la fuente misma del sufrimiento. Durante el resto de nuestras vidas como budistas contemplamos esta tendencia y todo lo que implica y genera. Tratar a hombres y mujeres de manera desigual es actuar como si el género fuera permanente, eterno, con una identidad propia intrínseca, exactamente lo opuesto a todos los demás fenómenos, es contradecir la enseñanza.
Sallie Tisdale (“Women of the Way ̈)
COMENTARIO:
Si bien es cierto que la deconstrucción del yo forma parte de nuestra práctica comunitaria y personal cuando en el budismo hablamos de “Anatta” (no-yo, insustancialidad) también lo es, reconocer nuestra identidad personal en el plano funcional de nuestro día a día. Cada una de nosotras con nuestro yo diferenciado por nuestro género, genética, cultura, educación constituye un ser irrepetible y singular. Cada una de nosotras vive su propia vida y muere su propia muerte.
Se precisa un yo funcional para desplegarnos en este mundo material y de relaciones. En la actual cultura de la globalización se nos empuja a formar parte de ella desde la no diferenciación, cuando en realidad solamente podemos hacerlo desde nuestra singularidad.
Nosotras, nacidas con una mente que enjuicia y en continuo cálculo de posibilidades elegimos la que garantizaría la supervivencia y el mantenernos a salvo. ¿La igualdad está siendo la meta y solo llegaremos con la equidad en cada acción? ¿O cabe la posibilidad de reconocer que a nivel funcional se precisa un abordaje de perspectiva de género dentro de las comunidades de practicantes para poder encontrar resultados a nivel social y político? Muchas maestras contemporáneas (Joanna Macy, Joan Halifax, Kritee Kanko, …) señalan la necesidad de trascender nuestra práctica individual para comprometernos con los problemas de nuestro mundo actual, es el llamado Budismo Comprometido.
“Para vivir en este mundo debes poder hacer tres cosas:
amar lo mortal; sostenerlo contra tus huesos sabiendo que tu propia vida depende de ello;
y cuando llegue el momento, dejarlo ir, dejarlo ir.”
Mary Oliver