20/05/24

COEDUCAR

“Muchos de los hombres que siguieron al Buda como monjes dejaron a sus familias en la pobreza y el desorden. A unos pocos se les dijo que regresaran y se ocuparan de sus asuntos, pero con el tiempo la voluntad de darles la espalda a sus padres, cónyuge e hijos se vio como evidencia de la determinación de buscar la verdad.

Históricamente, las mujeres han tenido una relación completamente diferente con la práctica monástica que los hombres. Como no han sido agentes libres, no podían dejar a sus familias sin permiso. Otras no estaban dispuestas a abandonar a sus padres ancianos o a sus hijos pequeños. Al negarles el permiso o verse obligadas por el deber, muchas mujeres estudiaron y ejercieron en privado durante décadas. Algunas adoptaron la apariencia y el comportamiento de los monjes: no comer después del mediodía, afeitarse la cabeza, etc. En ciertos casos, una mujer que esperó hasta ser mayor para ser ordenada fue tratada como prueba de que las mujeres carecen de la gran determinación necesaria para una verdadera comprensión.

La estricta división entre la vida de una persona ordenada y la vida de una laica es tan antigua como el budismo. (…)

Sin embargo, podríamos preguntarnos si las diferencias tradicionales siguen siendo las más apropiadas. La estudiosa de la religión Rita Gross señala que la mayoría de los actos domésticos son reverenciados en los monasterios zen. Lo ordinario se convierte en un punto de reverencia y atención: cocinar y lavar los platos, barrer y coser, lavarse la cara y los dientes, quitar la maleza del jardín. Tales actos están imbuidos de significado espiritual en el entrenamiento Zen y se utilizan como metáforas de experiencias internas(…) No hay nada sagrado en barrer el camino de un monasterio, ni nada profano en barrer la cocina de casa. Pero en una vasta literatura y en infinitas obras de arte, el monje que barre el camino de piedra es emblemático de una gran búsqueda, proyectado bajo una luz completamente diferente a la de la mujer que barre la cocina mientras su niño desayuna. Nadie parece cuestionar por qué esta preocupación particular, esta opinión particular, este deseo, no está abierto a examen como todos los demás.”

Sallie Tisdale (“Women of the Way ̈)

COMENTARIO:

En el budismo zen, «samu” se refiere al trabajo o la actividad realizada como parte de la practica espiritual. Es una forma de cultivar atención y concentración al realizar tareas cotidianas, ya sea limpiar, cocinar o cuidar un jardín.

El samu practicado en un monasterio parece tener más valor que el realizado en nuestra vida ordinaria, aunque es en esa vida ordinaria donde se despliega normalmente el despertar.

Cuando despojamos de lo sagrado las tareas domésticas y cuidados, se pone de manifiesto que la feminidad, no el género, es el verdadero problema. Se ha infravalorado a las mujeres que en la sociedad patriarcal son las que mayoritariamente desempeñan ese rol. Sin embargo, existe una fuerte exigencia cuando efectúan su papel de educadoras y guía de la prole, porqué se las responsabiliza y culpabiliza cuando están ausentes por motivos laborales o de desarrollo personal. En consecuencia, se les reprocha el no despliegue de todas las cualidades de sus hijos e hijas; ampliando esta responsabilidad incluso cuando ya son adultos, cosa que no sucede o al menos en mucha menor medida con los hombres.

En el ideario colectivo existe una tendencia al ensalzamiento de las madres, maestras idolatradas, como la de Dogen, o por el contrario pueden verse como agentes tóxicos que obstaculizaron el pleno desarrollo de filósofos y poetas, como puede ser el caso de Rilke.

Hace falta humor y sororidad para sobrellevar lo que la sociedad espera de las mujeres. Se requiere una Sangha donde exista confianza mutua para encontrar los medios hábiles y extrapolar los valores de nuestra práctica Zen al papel desempeñado por los diferentes géneros que conforman la sociedad.

aquí estoy

 con diecinueve años,

y ya blanquean las violetas 

y se ha agotado el agua… 

todo parece efímero…

 

Akiko Yosano